Por Marly Velasco
Mi madre siempre dice: “Si es para ti se te dará sin ningún esfuerzo” y al parecer eso fue lo que pasó la primera vez que fui a un concierto de Mario Frangoulis, a diferencia de mis vacaciones del año pasado (que les conté en el post anterior) este viaje fue totalmente de improviso, corto y casi de mochilera, pero con una intensidad tal que sin duda ha marcado mi vida para siempre.
Tres semanas antes me llama mi amigo Antonio, a quien ya le había contagiado mi entusiasmo por Frangoulis, y me dice: “el 5 y el 6 de octubre Mario dará unos conciertos en Atenas, ¿vamos?”. Caía miércoles y jueves respectivamente y para entonces yo trabajaba de cajera en un supermercado pequeño donde la ausencia de cualquier empleado fuera de las rotaciones vacacionales se hacía notar. Aún así me jefa de entonces, que también conocía mi admiración crónica por EL tenor griego, comprendió la importancia que tenía para mí ese viaje y lo arregló todo con la única condición de que tenía que ir a trabajar ese sábado, pues aunque solo se abría por la mañana, era el día de mayor movimiento. Todavía hoy me pregunto como me cuadró la caja ese sábado (gracias Loli!!!).
Sí, tres días, ¡pero que tres días! Todo empezó el martes, hice mi jornada normal de trabajo pensando que a medianoche tenía que estar en la estación de autobuses para tomar uno hasta Madrid (era solo una cajera, ¿qué esperaban?) Salí a la una de la madrugada del miércoles y seis horas después estaba en la estación sur de Madrid donde me esperaba Antonio para desayunar y dirigirnos juntos al aeropuerto. Llegamos temprano a la terminal, lo cual nos vino bien para repasar nuestro itinerario de visitas, el tiempo se nos pasó volando y antes de subir al avión apenas nos dio lugar a comer un par de bocadillos, de todas formas con la emoción acrecentándose en mi estómago no era capaz de almorzar decentemente.
Poco más de tres horas dura el trayecto Madrid-Atenas, el viaje completo lo teníamos cronometrado a la perfección, pues esa misma noche era el primer concierto y si algo fallaba o nos retrasábamos, nos lo íbamos a perder. En previsión de esto y dado lo corto de nuestra estancia, solo llevamos equipaje de mano y Antonio se hizo con todos los mapas posibles de Atenas que encontró. Cinco y algo de la tarde aterrizamos en Venizelos, una hora después llegamos a la plaza Syntagma y tardamos cerca de cuarenta y cinco minutos en llegar andando hasta nuestro hotel, ya que los mapas de Antonio no indicaban que cerca del mismo había una estación del metro. “Subimos, dejamos las maletas y nos vamos” acordamos, pues aunque sabíamos que estábamos tan cerca de La Acrópolis como para ir andando, no teníamos referencia de cuanto tiempo nos tomaría y aún debíamos retirar las entradas.
Por suerte llegamos temprano y pudimos apreciar la belleza del recinto que visitaríamos con calma al día siguiente. Desde nuestros asientos, un tanto lejanos, (un poco mas arriba de la mitad y hacia la izquierda) vimos como se iba llenando teatro, por megafonía anunciaron que el concierto daría comienzo en breve, que se agradecía no tomar fotos ni videos y bla, bla, bla -nosotros pudimos tomar algunas fotos pero pocas para que no nos regañaran-. Se apagan las luces y de dos en dos se van ubicando los componentes del coro y la orquesta New Opera de Moscú en sus lugares respectivos. Sale el director, levanta su batuta y comienzan los acordes de una canción que reconocí en el acto porque me fascina: “Poli magiki”, esta vez no la canta Frangoulis, la interpreta la orquesta en solitario mientras que en las pantallas gigantes ubicadas a ambos lados del escenario se proyectan imágenes recopiladas durante las 49 ediciones anteriores del festival de Atenas. Un vez finalizada esta canción los violines anuncian otra igualmente conocida “Music of the night” y por fin se escucha la dulce voz de Mario… ¡Dios! en ese momento me dio un vuelco el corazón porque aún no se veía desde mi asiento ¡Que emoción sentí al verle aparecer poco a poco mientras se dirigía al centro del escenario! “¡Míralo!”, le dije a Antonio casi sin aliento.
El repertorio ya lo conocen si tienen el CD/DVD “Music of the night”, ya que sin saberlo asistimos precisamente a los dos conciertos que se grabaron para la edición de dicho trabajo discográfico. Debo decir que la mayoría del material corresponde a la segunda noche, pues si se fijan, la voz de Mario no suena tan clara como de costumbre y eso se debe a un percance que ocurrió al inicio del primer concierto. Les cuento, aún cantando “Music of the night” se escucha de repente un estruendo fortísimo e inmediatamente todos los micrófonos instalados, sin excepción, dejaron de funcionar. Ante tal situación y mientras se solucionaba todo para continuar con el concierto, el pobre Mario estuvo hablando a todo pulmón para distraer al público alrededor de cinco minutos largos, de hecho nosotros alcanzábamos a escucharle aunque hablando en griego no le entendíamos nada, y si bien el esfuerzo no se hizo evidente durante la primera noche (que cantó como nunca), sí le pasó factura al día siguiente.
Esa noche fue realmente mágica, canción que cantaba, canción que me enamoraba, pero lo más para mi fue cuanto interpretó de manera consecutiva “Vinceró, perderó” y “Caruso” que son de mis favoritas, recuerdo que al finalizar Caruso le grité “¡Guapo, guapo!” y las personas que estaban cerca de mi entendieron bravo en vez de guapo comenzaron también a gritar “¡Bravo Mario, bravo!”. Ay! que momentos, casi se me caen las manos de tanto aplaudir y eso que llevaba la izquierda vendada por una lesión reciente y que me tenía en lista de espera para entrar en quirófano. Al finalizar el concierto, Antonio y yo esperamos que se despejara un poco el lugar, comentando aún en shock la experiencia vivida. “¿Vamos a saludarle?” me preguntó mi amigo, pero después de pasar 36 horas sin dormir, hambrientos y sin ducharnos, coincidimos en que no era el mejor momento para causar una buena impresión.
DIA 2
Ese día había muchas cosas que hacer antes del concierto, la ciudad de Atenas nos esperaba para desvelarnos sus antiquísimos monumentos y no podíamos perder ni un minuto. A las ocho y media ya estábamos en la calle, visitamos todo lo que nos fue posible: La Acrópolis al completo, el ágora antiguo, el ágora romano, el templo de Zeus, el arco de Adriano, la catedral de Atenas y la Plaka, donde almorzamos. Sobre las seis regresamos al hotel ya hartos de tanto caminar pero felices con la ciudad que recién acabábamos de descubrir (ninguno de los dos había estado allí antes), descansamos un poco y nos preparamos para la gran noche. Con la experiencia anterior llegamos andando despacio hasta el Odeón de Herodes Atticus admirando la Acrópolis con su alumbrado nocturno que la hace ver aún más imponente. Curiosamente mientras caminábamos hasta allí un estribillo se repetía en mi cabeza una y otra vez, no era de Mario sino de Raphael, esa que dice “…¿Qué pasará? ¿Qué misterio habrá? puede ser mi gran noche…” quizás presagiando ya lo que me deparaba la velada, esto lo he comentado con mis amigos del grupo de yahoo en español y se ha convertido casi en un himno para los encuentros frangoulianos.
El concierto muy bien, esta vez sin sobresaltos aunque nos percatamos del esfuerzo en la voz de Mario, lo disfrutamos con más calma como saboreando cada canción. En ese concierto hubo mayor complicidad entre el público y Mario quien habló la mayoría de las veces en inglés, lo que hizo preguntarnos si lo de la noche anterior había sido una especie de ensayo general para el DVD.
Termina el concierto y nuevamente nos quedamos en nuestros asientos unos minutos para comentar el espectáculo y asimilar que el sueño se había acabado, nos dio un bajón porque Antonio días antes había contactado con un persona que tiene acceso a Mario y que llevaría a otros fans a saludarle después del concierto, esa persona quedó en llamarnos para finiquitar los detalles e indicarnos el punto de encuentro pero no supimos más de ella. Así pues, entre felices y frustrados, nos dirigimos hacia las escaleras superiores para salir del teatro y volver al hotel, desde arriba se apreciaba un tumulto de personas aún dentro del teatro en lo que parecía ser un lobby y otras tantas abandonando el lugar, cuando de repente el flash de una cámara de fotos alumbró nuevamente nuestras ilusiones “Mira Antonio, es Deborah Myers” quien había compartido escenario con Mario esas dos noches, “Si ella está allí, debe estar también Mario”, así que urdimos un plan para verle y al menos estrecharle la mano. “Bien, hay dos salidas pero solo una da hacia el estacionamiento y no creo que Mario se vaya andando hasta casa, así que debe salir por allí” y allí que nos plantamos, cuando vimos salir a unas cuantas jovencitas comentando “He takes my hand”, “He gives me a kiss”, mi amigo y yo nos miramos como cómplices de un delito… “Este es el lugar” pensamos sin decirlo, ni falta que hacía.
A partir de ese momento, como todo era ganancia para mí, me dediqué a observar y a grabar en mi mente cada instante. Antonio, más audaz que yo, empezó a charlar con el guardia que estaba en la puerta hasta que lo convenció de que nos dejara pasar (la verdad es que no tuvo que hacer mucho esfuerzo), luego comenzó a hacerme señas para que entrara, pero como yo soy de las que mato al tigre y después le tengo miedo al cuero, al final tuvo que agarrarme por un brazo y llevarme casi en volandas. De pronto me encontraba a escasos dos metros de Mario, podía verle y podía escucharle, estaba hablando con algunos fans locales y me llamó la atención de que su nombre en griego se pronuncia Marios, con S al final. Después se dirigió a otro grupo con el que estaba hablando en inglés mientras que Antonio me llevaba (literalmente) hacia él y nos unimos al círculo que habían formado, Mario hablaba directamente con el hombre que estaba a mi izquierda y en medio de su conversación dirige brevemente su mirada hacia mi, continua hablando y vuelve a mirarme fugazmente y así una tercera vez, lo que sentí en ese momento fue como si estuviera en el cine viendo una película y de pronto el protagonista comenzara a hablar conmigo ¡aluciné en colores!
Cuando se retiró este último grupo, Mario estaba terminando de firmar algunos autógrafos y Antonio aprovechó para acercarse a él y felicitarle por el fabuloso concierto de esa noche, “Muchas gracias”, le contestó “¿De donde vienen?” “De España, yo soy de Jaén” le dijo Antonio, “Y yo de Venezuela aunque ahora vivo en Sevilla” logré balbucear, y un Mario sorprendidísimo comenzó a hablarnos de una manera muy efusiva sobre sus recuerdos de España, su experiencia con el maestro Kraus y sobre su amistad con José María Cano, no podíamos creer que ese ser que tanto admiramos no se creyera que nos habíamos embarcado en un viaje relámpago solo para ir a verle, en ese momento aparecieron nuevamente nuestras miradas cómplices… “Si él supiera”. En medio de su exaltación Antonio le comenta “Sí, lo sabemos y por cierto, has hecho una hermosa interpretación de Granada” –canción con la que cerró el último concierto- “¿De verdad les ha gustado?” “Si, sobre todo el olé final” le respondimos, “Ah!, y si necesitas clases adicionales de español, estoy a la orden” le dije. Si, ya lo sé, fue el comentario más estúpido que se me pudo haber ocurrido, es de esos momentos que preferirías borrar de tu memoria.
En el interín se acercaron una chica y un chico a pedirle autógrafos y una foto la cual les tomó Antonio con su cámara y que nunca llegó a su destino porque, suponemos que con la emoción, se les olvidó darle sus correos electrónicos para el envío. Cuando termina de posar escucho alguien a mis espaldas que en perfecto castellano me dice: “¿Entonces, eres de Venezuela?”, los pelos como escarpias, como si me hubiera dicho cásate conmigo y ambas preguntas tienen la misma respuesta “Si”, no entramos en mayores detalles porque Antonio nos invitó a posar con él en una foto de grupo que tomó la nerviosísima chica de antes y que, como no podía ser de otra forma, quedó así.
Durante nuestro encuentro Panicos, su manager, se acercó a Mario en dos o tres oportunidades como para recordarle que tenía una cita (cosa cierta ya que luego me enteré por buena fuente que esa misma noche asistió a una cena), así que para no distraerle más sacamos los discos que precavidamente habíamos llevado y que gentilmente nos autografió. A Antonio le preguntó su nombre y le escribió “Con afetto para Antonio” en una mezcla de español e italiano y en el mío puso “Con todo mi amor”, me habría encantado ver la cara que ponía al decirle mi nombre. Ya por último le pregunté que si podía tocarlo y el muy pícaro se rió, se me acercó con los brazos abiertos de lo más dispuesto y me dice “Tócame” le pasé la mano por el brazo (¡Qué brazo! es delgado pero se nota que se cuida y se ejercita), le di dos besos y las gracias. Salimos con él del recinto, se despidió agradecido del portero, se subió en el asiento trasero de un utilitario blanco que conducía uno de sus primos (de copiloto iba una señora, no sé si era su madre) y mientras giraban para encarar la salida nos hizo un gesto de adiós con la mano.
Nosotros regresamos al hotel pero no andando sino flotando, de más está decir que no pude pegar ojo en toda la noche, lo cual me vino bien ya que teníamos que madrugar para estar a tiempo en el aeropuerto y gasté la adrenalina del momento en arreglar todo para el viaje. El tercer día lo pasé entre aviones y autobuses hasta llegar a mi casa con la sonrisa más grande que jamás se ha visto. Cuando volví a verle en concierto el año pasado tenía todo esto en mi memoria y deseaba que se repitiera, pero no fue así aunque en esa oportunidad si pude hacer unos cuantos videos como ya han visto. Lo ideal para mi sería asistir a uno de sus conciertos en el que pueda hacer videos y fotos a placer y hablar con él, o lo que es lo mismo, una mezcla entre la cal y la arena de mis experiencias con Frangoulis. Yo confío y espero, el refranero popular también dice “No hay dos sin tres” o “A la tercera va la vencida” ¿No?
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